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El invierno fue suave pero la primavera, fría y lluviosa, se excedió y dio lugar a un inicio de junio glacial, justo cuando comenzaba la floración que decidiría el futuro, es decir, los vinos. Se temió por la caída de la flor y el corrimiento de la uva, terribles enfermedades de la viña. Los viticultores esperaron y el cielo los escuchó. Junio viró hacia su auténtica naturaleza como emisario del verano y la granazón fue de buen augurio: buen tamaño de las uvas y posibilidad de predecir la fecha de la vendimia, confirmada por un mes de agosto soberbio y un comienzo de septiembre nuevamente algo gris. Nada pasó: el chardonnay evolucionó desarrollando toda su potencia para llegar a las fechas de la vendimia, a mediados de septiembre en la Côte des Blancs, en todo su esplendor, garantía de una excepcional añada 2008. Fue el comienzo de una espera que se auguraba larga.
Elaboración del vino:
Los jugos de Mesnil-sur-Oger (20%, acidez neta, pureza, mineralidad gredosa, salinidad y salivación, perdurabilidad), Avize (20%, equilibrio y estructura), Oger (20%, calidez, amplitud, generosidad, presencia de la fruta) y, finalmente, Cramant (mineralidad con notas ahumadas), Chouilly (robustez, duración) y Oiry (acidez y redondez) forman un sexteto de excelencia que se supera en Delamotte Blanc de Blancs 2008, envejecido sobre lías durante nueve largos años. Nueve años que son un suspiro teniendo en cuenta la potencia de este vino suntuoso, concentrado y al mismo tiempo etéreo, generoso en su elegancia suprema de vino de crianza. Efectuado el degüelle durante el tercer trimestre de 2017, podemos ahora catarlo y celebrarlo como si de una fiesta en Versalles se tratara, en la Galería de los Espejos, ya entrado el 2018.